lunes, 14 de abril de 2014

NOAH



 “Viendo Yahvéh que la maldad del hombre cundía en la tierra…
le pesó… haber hecho al hombre… y dijo:
‘Voy a exterminar de sobre la haz del suelo…, desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y hasta las aves del cielo… porque me pesa haberlos hecho’.”
Génesis 6:5-8.  



Noah[1] (Estados Unidos, 2014) es la última creación del director Darren Aronofsky, quien en entregas  anteriores -Pi, El Orden del Caos (1998),  Réquiem por un sueño (2000) y El Cisne Negro (2010)- ha dado visos de interés por conocer los entresijos de la mente humana y su compleja relación con la divinidad. En sus filmes,  Aronofsky ha explorado algunos de los medios que el hombre ha ideado para intentar conocer ambos misterios: desde la  Cábala y el Arte hasta el uso de las drogas, todos mecanismos imperfectos para subsanar las ansias trascendentales de un linaje maldecido por la pérdida del Paraíso. Basada en la novela gráfica homónima, la película versa sobre la historia del primero de los grandes patriarcas veterotestamentarios, no obstante,  el director humaniza al personaje. Noé es el primer ambientalista del género humano y también el primer gran defensor de los animales: “sólo tomamos lo que necesitamos y lo demás lo dejamos”. Los animales son vistos como sus pares y comerlos es una de las peores aberraciones que desde su criterio puede el hombre cometer.  A diferencia de Tubal Caín -verdadero antogonista del filme (y quien ve al hombre como rey de la creación, hecho a imagen y semejanza de Dios, y por ello con el derecho de explotar para su beneficio a plantas y animales)-, Noé sólo concibe su existencia si ésta está en armonía con las demás creaturas con las que comparte la tierra.

La deidad que ordena construir el Arca no se manifiesta con la suficiente claridad, por lo menos no con la suficiente luminosidad que nosotros demandaríamos para no hacer el ridículo antes nuestros familiares, amigos y conocidos, si de golpe y porrazo abandonamos nuestras ocupaciones habituales para construir un barcote, argumentado que Dios ha ordenado salvar al género humano -sólo preservando a nuestra familia-  así como a todas las especies animales que conforman la naturaleza, mismas que alojaremos en nuestro Titanic. No, el Dios de Noé es esquivo, habla en sueños y se manifiesta entre las sombras de las brumas que parecen apoderarse de la fotografía del filme. Basada en un pasaje relativamente breve del primer libro del Pentateuco, la realización posee  un caracter sombrío de tintes preapocalípticos. No podría ser de otro modo: Dios destruirá al género humano porque su maldad no tiene límites y lo hará sólo después de buscar y no hallar gracia salvo en uno.
El filme ha causado resquemores, al grado que antes de su estreno comercial, Paramount Pictures se aseguró de mostrar diferentes cortes a diferentes audiencias -judíos, cristianos y público en general- para observar cuál de todos ellos obtenía una mejor recepción y así optar por el más viable económicamente, entiéndase: el menos controversial… A mí me gustó este Noé; los primeros 20 o 30 minutos son memorables. Hay ahí una opresión arcaica que nos retrotrae a nuestros orígenes, allá donde las fronteras entre el tiempo de los dioses y los hombres son tan borrosas que se difuminan, lo que provoca que unos y otros interactúen en tiempos y espacios que no son de suyo propios.

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