“Viendo Yahvéh que la maldad del hombre cundía
en la tierra…
le pesó… haber hecho
al hombre… y dijo:
‘Voy a exterminar de
sobre la haz del suelo…, desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y
hasta las aves del cielo… porque me pesa haberlos hecho’.”
Génesis 6:5-8.
Noah[1] (Estados Unidos, 2014) es la última
creación del director Darren Aronofsky, quien en entregas anteriores -Pi,
El Orden del Caos (1998), Réquiem por un sueño (2000) y El
Cisne Negro (2010)- ha dado visos de interés por conocer los entresijos de
la mente humana y su compleja relación con la divinidad. En sus filmes,
Aronofsky ha explorado algunos de los medios que el hombre ha ideado para
intentar conocer ambos misterios: desde la Cábala y el Arte hasta el uso
de las drogas, todos mecanismos imperfectos para subsanar las ansias
trascendentales de un linaje maldecido por la pérdida del Paraíso. Basada en la
novela gráfica homónima, la película versa sobre la historia del primero de los
grandes patriarcas veterotestamentarios, no obstante, el director
humaniza al personaje. Noé es el primer ambientalista del género humano y también
el primer gran defensor de los animales: “sólo tomamos lo que necesitamos y lo
demás lo dejamos”. Los animales son vistos como sus pares y comerlos es una de
las peores aberraciones que desde su criterio puede el hombre cometer. A
diferencia de Tubal Caín -verdadero antogonista del filme (y quien ve al hombre
como rey de la creación, hecho a imagen y semejanza de Dios, y por ello con el
derecho de explotar para su beneficio a plantas y animales)-, Noé sólo concibe
su existencia si ésta está en armonía con las demás creaturas con las que
comparte la tierra.
La deidad que ordena construir el Arca no se manifiesta con la
suficiente claridad, por lo menos no con la suficiente luminosidad que nosotros
demandaríamos para no hacer el ridículo antes nuestros familiares, amigos y
conocidos, si de golpe y porrazo abandonamos nuestras ocupaciones habituales
para construir un barcote, argumentado que Dios ha ordenado salvar al género humano
-sólo preservando a nuestra familia- así como a todas las especies
animales que conforman la naturaleza, mismas que alojaremos en nuestro Titanic. No, el Dios de Noé es esquivo, habla en sueños y se manifiesta entre las
sombras de las brumas que parecen apoderarse de la fotografía del filme. Basada
en un pasaje relativamente breve del primer libro del Pentateuco, la
realización posee un caracter sombrío de tintes preapocalípticos. No
podría ser de otro modo: Dios destruirá al género humano porque su maldad no
tiene límites y lo hará sólo después de buscar y no hallar gracia salvo en uno.
El filme ha causado resquemores, al grado que antes de su estreno
comercial, Paramount Pictures se aseguró de mostrar diferentes cortes a
diferentes audiencias -judíos, cristianos y público en general- para observar
cuál de todos ellos obtenía una mejor recepción y así optar por el más viable
económicamente, entiéndase: el menos controversial… A mí me gustó este Noé; los
primeros 20 o 30 minutos son memorables. Hay ahí una opresión arcaica que nos
retrotrae a nuestros orígenes, allá donde las fronteras entre el tiempo de los
dioses y los hombres son tan borrosas que se difuminan, lo que provoca que unos
y otros interactúen en tiempos y espacios que no son de suyo propios.
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