lunes, 11 de mayo de 2015

EL GRAN HOTEL BUDAPEST



Las reglas de urbanidad y civilidad -que acaso son la misma cosa- no deberían ausentarse de nuestro trato cotidiano con los demás y la sala de cine no debería ser la excepción. En un DVD pirata que tengo, he descubierto -ahora que no voy al cine por las insulsas carteleras cinematográficas comerciales que tenemos en el valle- un pequeño videoclip titulado “Disfrute su película, siga las reglas”, mismo que versa sobre el trato considerado que deberíamos tener usted y yo para con los demás en la sala de cine. Ahí, con música y dibujos -entre simpáticos e irreverentes- se nos recuerda que ir al cine a ver una película, puede constituirse en un momento estupendo, siempre y cuando seamos buenos vecinos siguiendo estas sencillas reglas de cortesía: 
1. Dejarse puestos los zapatos.
2. No hablar, se supone que se viene al cine a mirar. Por tanto, no deberíamos explicar la trama a nuestros acompañantes. De plano, si no entendemos, quizá no deberíamos estar ahí, si es que no podemos dejar de preguntar y guardar silencio;  no suframos,  podemos salir de la sala en cualquier momento ya que -se supone- la permanencia es voluntaria. 
3. No debemos empujar, patear ni sacudir el asiento que está delante de nosotros. Ni subir nuestros pies en ellos. Máxime si al lado hay otra persona. Usted podría estar sentado ahí. 
4. No hagamos ruido desagradable arrugando nuestros envoltorios ostensiblemente o masticando nuestras palomitas con gozosa fruición. 
5. Seamos considerados con los demás, no contestemos nuestros teléfonos “inteligentes” en medio de la proyección, de hecho no deberían estar encendidos, ni para hablar, ni para mandar mensajes. 
 6. ¿Trajo a su bebé? Por favor, los bebés no ven Masacre en el Infierno 4, su pequeño terminará llorando y usted le causará un trauma que lo atormentará toda su vida.  
7. Finalmente, si cree que estoy exagerando, puede hacer caso omiso de estas recomendaciones o tomar para sí sólo aquéllas en las que se vea reflejado.

El Gran Hotel Budapest (2014) es, precisamente, un filme que se constituye en una verdadera oda a la cortesía y a las buenas maneras que deberíamos tener con cada uno de nuestros semejantes más allá -e independientemente- de su condición social, nivel educativo, posición económica o  apariencia física. La dignidad de la persona humana está inextricablemente ligada a su propia constitución y existencia. Protagonizada por Ralp Fiennes y dirigida por Wes Anderson, The Grand Budapest Hotel, coproducción germana, británica y estadunidense, es una delirante comedia que de acuerdo con la sinopsis del filme “narra la historia de un legendario recepcionista -concierge- de un famoso hotel europeo en el periodo de entreguerras y su amistad con un joven botones que llega a ser su protegido de confianza; [la trama incluye] el robo de un cuadro renacentista de inestimable valor, la lucha por una enorme fortuna familiar [y las] agitaciones que transformaron Europa durante la primera mitad del siglo XX”. El elenco es espectacular, ya que incluye actores consagrados de la talla de F. Murray Abraham, Adrien Brody, Willen Dafoe, Harvey Keitel, Jude Law, Bill Murray, Owen Wilson, Mathieu Amalric y Tom Wilkinson, así como las jóvenes y talentosas actrices Tilda Swinton, Léa Seydoux y Saoirse Ronan, cuyo personaje, Agatha, tiene en su mejilla derecha, un gran lunar con la forma de México.[1]
El sitio del filme (delirante como la película) ofrece la posibilidad de enrolarse en la Akademia Zubrowka, donde podrá completar el curso interactivo La República de Zubrowka antes de la Guerra: un estudio de caso sobre la Convulsión Cultural, Política y Social Centroeuropea.  El curso consta de tres lecciones: 1. La Invención del Turismo: un análisis; 2. La Escuela Lutz: bellas artes, literatura y evolución culinaria; 3. Una Palabra acerca de la Guerra.[2]
La película se hizo acreedora a cuatro Premios Oscar en la entrega de 2015, mismos que incluyeron: Mejor Diseño de Vestuario, Mejor Maquillaje, Mejor Diseño de Producción y Mejor Banda Sonora,[3] ésta última, a cargo del compositor francés Alexandre Desplat.




[2] A través de este link, puede acceder al curso http://www.grandbudapesthotel.com/ 
[3] Puede escuchar la banda sonora a través de este link https://www.youtube.com/watch?v=L3tlGdlsA-w

lunes, 12 de mayo de 2014

ILUSIÓN NACIONAL

ILUSIÓN NACIONAL



En cada derrota hay una victoria

Ilusión Nacional es un documental del cineasta mexicano Olallo Rubio (México, 1977) a quien ya vimos haciendo cine documental en Gimme the power [1] película enfocada en la trayectoria de la -en su momento- muy transgresora banda de rock Molotov. Olallo Rubio conoce la historia de México y aprovecha sus documentales para dar unas lecciones que difícilmente encontraríamos en nuestras aulas porque la historia oficial no lo permitiría. En Gimme the power, tomando como pretexto la historia de la referida banda, el director recorre la historia de la patria desde la colonia -pasando por la dictadura que ejerció el Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante más de 70 años- hasta la fallida alternancia en el poder de la derecha mexicana, ejemplificada en las dos administraciones panistas durante la primera y segunda décadas del siglo XXI.

En esta ocasión, eligiendo como hila conductor la historia de los fracasos de la selección mexicana de fútbol, el cineasta explora la idiosincrasia nacional a través de nuestro mediocre desempeño en el deporte más popular del mundo. Ilusión Nacional es un trabajo que gustoso firmaría cualquier historiador heterodoxo del balompié azteca. Cada cuatro años, los mexicanos nos ilusionamos con la participación de nuestro seleccionado en el Campeonato Mundial organizado por la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), una entidad descomunal que a la fecha presume tener más asociados que la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En la FIFA se aglomeran 270 millones de personas que de una u otra forman participan directamente en este deporte. 

En el filme, el director explora la rivalidad Argentina-Inglaterra así como la prodigiosa y trágica carrera del astro argentino Diego Armando Maradona. También están presentes la magia brasileña, la maravillosa historia de Pelé, la tragicómica historia de nuestro ratones verdes –con todo y que contaban con el grandísimo Antonio Carbajal y el no menos grande Salvador Reyes-, el drama de los cachirules mexicanos (justo antes del Mundial de Italia 90) y otras tantas “proezas” de nuestro sufrido balompié. El cineasta explora la perniciosa relación entre Televisa y la selección, relación que con el beneplácito del poder en turno se ha convertido en el poderoso sucedáneo de una vida que debería ser plena de crítica hacia los poderes que mantienen a la mayoría de las clases trabajadoras y desempleadas de este país sumidas en la ignorancia y la miseria.

Desde Miguel de la Madrid, pasando por Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León hasta Vicente Fox y Felipe Calderón, la selección nacional de fútbol ha sido utilizada como bálsamo de nuestros terribles dolores económicos, políticos y sociales. ¿Pero qué tipo de bálsamo es éste? Uno bastante mediocre y de ínfima calidad que sólo sirve para avanzar, cada cuatro años hasta los octavos de final; ya ahí, el miserable placebo sólo alcanza para ser eliminado siempre por el representativo que termina llevándose el reconocimiento que ha México le correspondería si nuestros connacionales no se achicopalaran a la hora buena, y si no me cree, sólo haga memoria: Estados Unidos 94, eliminados en octavos de final en tiros penales por Bulgaria, quien llegaría a semifinales; Francia 98, eliminados por Alemania en octavos, a la postre 7º lugar del certamen; Corea-Japón 2002, eliminados (también en octavos) por, gulp y recontragulp, Estados Unidos quien se metió entre los 8 mejores; Alemania 2006, eliminados en octavos por Argentina, quien sería eliminada por el anfitrión en cuartos de final, y lo más reciente, Sudáfrica 2010, eliminados again y recontra again por Argentina en octavos (quien sería aplastada por Alemania en cuartos de final con todo y Leo Messi) y por las decisiones de Javier “el terco” Aguille,  quien se encaprichó en alinear a un portero veterano como Óscar Pérez y a un delantero –el “Guille” Franco (argentino naturalizado mexicano)- que parecía pared de frontón –rebotaba todas las pelotas que le llegaban- en detrimento de Oswaldo Sánchez, todavía en plenitud, Javier el “Chicharito” Hernández –en un gran momento por aquel entonces- y Andrés Guardado, quien se quedó como su apellido por las rabietas de Aguille. Pura ilusión. Una ilusión que sólo alcanza para octavos de final, y para añorar, más bien mendigar un mítico quinto partido que nunca termina por llegar. 






miércoles, 30 de abril de 2014

Dallas Buyers Club

Dallas Buyers Club




Trasvasada al español como El Club de los Desahuciados (Estados Unidos, 2013), el filme del cineasta canadiense Jean Marc Vallée fue el responsable de arrebarterles tres premios Óscar a las favoritas Gravity y The Wolf of Wall Street, en la pasada entrega de la codiciada estatuilla que reconoce lo mejor de la cinematografía gabacha según el criterio de la Academia gringa de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. Dallas Buyers Club se alzó con los premios a Mejor Actor -Matthew McConaughey-, Mejor Actor de Reparto -Jared Leto- y Mejor Maquillaje. El filme -mismo que ya se presentó en nuestra cartelera cinematográfica comercial- discurre por el escabroso y tenebroso asunto del papel y el tutelaje del Estado en los asuntos vitales de los ciudadanos. El Estado, esa Hydra nacida del progreso, al que le hemos entregado irresponsablemente nuestra educación, seguridad y salud, administra con perversos fines nuestra cultura y nuestros cuerpos. A lo largo de su formación, ha ido conculcando nuestros inalienables e irrenunciables derechos en torno a nuestra riqueza espiritual, a nuestra integridad física y a nuestra salud. Y ahí tiene usted, uno no puede ejercer una profesión o un oficio si no le avala algún cerficado tipo pedigrí expedido por alguna egregia institución educativa, ya sea pública o privada; uno tampoco puede defender su integridad física, so pena de ser luego acusado de haber usado una fuerza excesiva ante el desamparado criminal que intentó asaltarnos, violarnos, extorsionarnos o quitarnos la vida. El Estado criminal que nos gobierna, pretende ser el único dispensador de la justicia, el único dictaminador del Bien y el Mal, y desde luego, el monopolizador absoluto del crimen y de la violencia. Ese Estado, mismo que perdió una guerra contra la delicuencia organizada, ahora muestra una inusitada impaciencia por desarticular las organizaciones ciudadanas que se constituyeron para defenderse de la ola violencia que amenazaba las formas más elementales de convivencia y dignidad humana. 

No conforme con lo anterior, ese monstruo apocalíptico creó instituciones para administrar nuestra salud y nuestra enfermedad, con lo que minó nuestra capacidad para lidiar con el dolor y curarnos por nosotros mismos. Y ahí tenemos que sin la venia de la clase cuasi sacerdotal que gusta vestir de blanco no podemos administrarnos ni un tesito porque ¿quiénes somos nosotros?, ¿simples e ignorantes mortales incapaces de comprender los arcanos de la naturaleza con la que nos dotó la divinidad? ¿Se tienen que pasar más de siete años en las aulas y otros 3 o 4 de especialidad, para poder decir esta boca es mía, tratándose de la carne y de los huesos de nuestra propia humanidad? 

No, es la respuesta que tajante da Ron Woodroof, un paciente seropositivo que se enfrenta a las regulaciones médicas estadunidenses -protectoras de los intereses económicos de los grandes laboratorios farmacéuticos- para proporcionar a los portadores del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) y a los enfermos del Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquiridad (SIDA) tratamientos alternativos de medicinas antivirales provenientes de todo el mundo. Aunque en ocasiones las alternativas ciudadanas son mejores que las respuestas oficiales, los paquidérmicos y artríticos instrumentos del Estado, manipulados por burocracias cómplices -salvo honrosas excepciones- terminan por favorecer aquéllo que en la lógica más elemental deberían combatir, así estimado lector, tenemos que nuestras escuelas no educan, nuestras policías no protegen y nuestras instituciones médicas tampoco curan. 




lunes, 21 de abril de 2014

Los amantes del círculo polar

 “Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta,
estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande…
Estas noches te espero mirando al Sol.
¡Venga valiente. Salta por la ventana!”



Como casi todos los fines de semana,  vi una película en la intimidad de mi casa; casa que durante lo más álgido de la guerra contra el crimen fue cateada por el glorioso ejército mexicano. El contingente que violó la intimidad de mis sacrosantos aposentos -con armas de alto poder y toda la cosa- iba equipado además con un detector molecular ADE651 o quizás un GT200, ambos empleados -en ese ya lejano 2008- para “detectar” cargamentos de droga, armamentos y explosivos en aire, mar y tierra. Luego resultó que  dichos aditamentos eran un fraude, juguetes de plástico, una burla a la inteligencia y un riesgo para la seguridad nacional. Los detectores moleculares -se comprobó después- no detectaban nada y sólo servían para justificar cateos inconstitucionales ya que en ningún momento de su nefasta administración Felipe Calderón -entonces presidente- se atrevió a suspender las garantías individuales aunque de facto lo hizo en algunas zonas del país.(Véase Patricia Dávila, “Los detectores moleculares y la ingenuidad mexicana”) Desde ahí me acuité y le agarré muina a Los amantes del círculo polar de Julio Medem,  película que me disponía a disfrutar justo cuando los herederos de las glorias del Batallón Olimpia irrumpieron en mi recinto. (Véase avance) 

lunes, 14 de abril de 2014

NOAH



 “Viendo Yahvéh que la maldad del hombre cundía en la tierra…
le pesó… haber hecho al hombre… y dijo:
‘Voy a exterminar de sobre la haz del suelo…, desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y hasta las aves del cielo… porque me pesa haberlos hecho’.”
Génesis 6:5-8.  



Noah[1] (Estados Unidos, 2014) es la última creación del director Darren Aronofsky, quien en entregas  anteriores -Pi, El Orden del Caos (1998),  Réquiem por un sueño (2000) y El Cisne Negro (2010)- ha dado visos de interés por conocer los entresijos de la mente humana y su compleja relación con la divinidad. En sus filmes,  Aronofsky ha explorado algunos de los medios que el hombre ha ideado para intentar conocer ambos misterios: desde la  Cábala y el Arte hasta el uso de las drogas, todos mecanismos imperfectos para subsanar las ansias trascendentales de un linaje maldecido por la pérdida del Paraíso. Basada en la novela gráfica homónima, la película versa sobre la historia del primero de los grandes patriarcas veterotestamentarios, no obstante,  el director humaniza al personaje. Noé es el primer ambientalista del género humano y también el primer gran defensor de los animales: “sólo tomamos lo que necesitamos y lo demás lo dejamos”. Los animales son vistos como sus pares y comerlos es una de las peores aberraciones que desde su criterio puede el hombre cometer.  A diferencia de Tubal Caín -verdadero antogonista del filme (y quien ve al hombre como rey de la creación, hecho a imagen y semejanza de Dios, y por ello con el derecho de explotar para su beneficio a plantas y animales)-, Noé sólo concibe su existencia si ésta está en armonía con las demás creaturas con las que comparte la tierra.

La deidad que ordena construir el Arca no se manifiesta con la suficiente claridad, por lo menos no con la suficiente luminosidad que nosotros demandaríamos para no hacer el ridículo antes nuestros familiares, amigos y conocidos, si de golpe y porrazo abandonamos nuestras ocupaciones habituales para construir un barcote, argumentado que Dios ha ordenado salvar al género humano -sólo preservando a nuestra familia-  así como a todas las especies animales que conforman la naturaleza, mismas que alojaremos en nuestro Titanic. No, el Dios de Noé es esquivo, habla en sueños y se manifiesta entre las sombras de las brumas que parecen apoderarse de la fotografía del filme. Basada en un pasaje relativamente breve del primer libro del Pentateuco, la realización posee  un caracter sombrío de tintes preapocalípticos. No podría ser de otro modo: Dios destruirá al género humano porque su maldad no tiene límites y lo hará sólo después de buscar y no hallar gracia salvo en uno.
El filme ha causado resquemores, al grado que antes de su estreno comercial, Paramount Pictures se aseguró de mostrar diferentes cortes a diferentes audiencias -judíos, cristianos y público en general- para observar cuál de todos ellos obtenía una mejor recepción y así optar por el más viable económicamente, entiéndase: el menos controversial… A mí me gustó este Noé; los primeros 20 o 30 minutos son memorables. Hay ahí una opresión arcaica que nos retrotrae a nuestros orígenes, allá donde las fronteras entre el tiempo de los dioses y los hombres son tan borrosas que se difuminan, lo que provoca que unos y otros interactúen en tiempos y espacios que no son de suyo propios.

lunes, 31 de marzo de 2014

El Crimen del Cácaro Gumaro

“Sunt populi sicut porcus, omnia aprobecha”

(Escudo Municipal de Ciudad Güépez)



“Menos es más” y “la sencillez es la máxima sofisticación”, son dos frases de Steve Jobs que reverberaban en mi mente después de salir de la sala de cine donde vi El Crimen del Cácaro Gumaro (México, 2014), filme que con más de medio millón de asistentes, se ha convertido ya en la séptima mejor apertura de una película mexicana de todos los tiempos. No es trivial el asunto, desde el año pasado, en las salas de cine de México se difundían sendos y originales promocionales que fueron creando una gran expectación. Todos ellos se sostenían en el talento innegable de Andrés Bustamante. A diferencia de Eugenio Derbez, quien construyó su exitosa carrera en Televisa, Bustamante derrochó su talento en la Televisión Pública Mexicana, ¿recuerda usted a Imevisión...?, ahí lo vimos acompañando a José Ramón Fernández en DeporTV y en los programas especiales que la televisora -ahora Televisión Azteca- realizaba durante las coberturas de los Mundiales de Fútbol y los Juegos Olímpicos de Verano. Bustamente, poseedor de un humor delirante y una de las mentes más creativas e inteligentes en la historia reciente de la comedia mexicana, es creador de personajes memorables como el Dr. Chun-Ga -¡Muajá!-, el Hooligan, Ponchito y Greco Morfema, a los que ahora se suma Don Cuino Meléndez de la Popocha, presidente municipal vitalicio de Ciudad Güepez y uno de los personajes principales del Crimen del Cácaro Gumaro. La pélicula, en su primera capa, plantea el conflicto que se suscita entre dos hermanos, Gumaro y Archimboldo, ante la muerte del padre y el reparto de la herencia. 

Con guión de Bustamente, Armando Vega Gil -escritor y músico de la legendaria Botellita de Jerez- y Emilio Portes -director-, el filme discurre por la historia antigua y reciente del cine mexicano, la corrupción gubernamental, nuestra compleja relación con los gringos y nuestra cultura mediática popular, desde Pedro Infante y Sara García -pasando por las “estrellas” fabricadas por la televisión hegemónica- hasta los videos virales de nuestra actualidad en You Tube. No obstante, y quizá por la escritura tripartita, en El Crimen del Cácaro Gumaro nunca termina de cuajar en su totalidad el sello y el humor del genial Ponchito. Con un reparto multiestelar, que incluye figuras de la talla de Jesús Ochoa, Jorge Rivero, María Rojo, Alfonso Zayas, Alberto Rojas “El Caballo”, Javier López “Chabelo”, Eduardo Manzano “el Polivoz”, Víctor Trujillo y Mario Zaragoza, es tanto de lo que se quiere hablar, tantos los chistes que se desean incluir y tantas las buenas puntadas que se quieren aventar, que el espectador termina por saturarse visual y auditivamente ante al avalancha de información que se le presenta a diestra y siniestra. Es una verdadera pena, la película definitiva que rescate el universo de los personajes creados por Bustamante tendrá que esperar. Mientras eso sucede, le sugiero que vaya al cine a englutir una bolsota de palomitas para disfrutar una hilarante y delirante comedia fílmica mexicana. Una que de tan inteligente, a sus creadores -y salvo su mejor opinión- se les pasó muy gacho el tueste.


viernes, 21 de marzo de 2014

12 Años de Esclavitud


Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo más joven, y dijo:  maldito sea Canaán;  siervo de siervos será a sus hermanos.
Dijo más: bendito por Yahvé mi Dios sea Sem, y sea Canaán su siervo. Engrandezca Dios a Jafet, y habite en las tiendas de Sem,  y sea Canaán su siervo.


(Génesis 9:24-27)


Durante la Polémica de Valladolid (Siglo XVI), celebrada entre el excomendero y luego incendiario fraile dominico Bartolomé de las Casas -por un lado- y Juan Ginés de Sepúlveda, teólogo y consejero del Emperador Carlos V -por el otro-, se discutió si los indios tenían alma y si por ello debían ser tratados por los cristianos como sus iguales. La condición de los negros, no se discutirá sino hasta ya muy entrado el siglo XIX, durante el Concilio Vaticano I, gracias a que el joven y brillante teólogo del obispo de Verona, Daniel Comboni, convenció a los obispos asistentes para que firmaran una petición para la evangelización del África Central. Después de diecinueve siglos de cristianismo, el catolicismo jerárquico emprendió la lucha por la igualdad espiritual de los hombres de piel negra. Ésta, por cierto, era vista como la marca de la maldición de Cam, la marca legitimadora de la esclativud: “Siervo de siervos será a sus hermanos…” Con estos prolégomenos debe verse y pensarse el filme que reseñamos ahora, mismo que cuenta parte de la historia de una nación que construyó su prosperidad bajo la rigurosa ética protestante.

12 years a slave, (Estados Unidos 2013, 134 min.), del director Steve McQueen, basada en la obra homónima de Solomon Northup, fue galardonada con el Premio Oscar a la Mejor Película 2014 y ya se exhibe en nuestra cartelera cinematográfica comercial. Además obtuvo el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto en la afromexicana Lupita Nyong’o y el Oscar al Mejor Guión Adaptado de la mano de John Ridley. No sorprende la poderosa actuación de Michael Fassbender, es -sin duda-, uno de los mejores actores del mundo; asombra que sea ésta su primera nominación, lo que confirma que las nominaciones y premios no siempre son otorgados con justeza, no es el caso, por cierto, de 12 years a slave. Su director, Steve McQueen, es un cineasta avezado. En 2008 conmocionó al mundo cinematográfico con Hunger y en 2011 escandalizó a las buenas conciencias con Shame. En esta ocasión, optó por tratar el escabroso tema de la historia de la esclavitud en los Estados Unidos, una verdadera llaga en el corazón de la memoria colectiva estadunidense.

El filme cuenta la vida de Solomon Northup, un afroamericano libre secuestrado en 1841, para luego ser vendido como esclavo en las plantaciones de Lousiana, al sureste de la Unión Americana. Durante muchos años, el Sur de los Estados Unidos consideró legitimo esclavizar a los hombres de piel negra; tuvo que emprenderse una sangrienta guerra civil, encabezada por Abraham Lincoln, para abolir la práctica. No obstante, los resabios y las huellas del pasado nunca cicatrizan del todo y durante todo el siglo XX los hijos de los hombres de piel oscura tuvieron que salir a las calles de nuestro poderoso vecino del norte -también lo hicieron en otras partes del mundo- para luchar y hacer valer sus derechos; ahí están, para recordárnoslo, las figuras señeras de Martin Luther King, Malcom X y Nelson Mandela. Al finalizar la proyección, alguien comentó al salir de la sala: “gracias a Dios que en México no somos racistas…”, sí, pensé yo, en “Estados Unidos, los mexicanos hacemos trabajos que ni los negros quieren hacer”. No, estimado lector, no lo pensé yo.